top of page

Un oficio de siglos

El oficio de nuestra familia ha sido el pan. O por lo menos el de la rama de los García y los Alonso. Nuestro padre Germán, junto a su inseparable esposa Virginia, llegó a esta Ponferrada tan diferente a la de ahora, con su noble oficio en la faltriquera de la esperanza. La ciudad que empezaba a despuntar a mediados del siglo XX por efecto del carbón y el agua transmutado en vapor. Tenemos referencias del siglo XIX con Francisco Celestino y Eulalia Redondo, padres de nuestro abuelo paterno Santiago, con horno en Astorga. Y a Eulalia, viuda joven, regentando la Panadería La Chosca en el barrio astorgano de San Andrés. E incluso con testimonios más antiguos. En un acta notarial de testamento, se atestigua la profesión de Francisco García, el padre del abuelo Santiago. Y Anastasio Jarrín de la Mata, abuelo de la abuela Matilde, también se cita como panadero, con lo cual la profesión estaba tanto en Santiago como en Matilde. Con un fino humor, Santiago hace una clara alusión a ello en una poesía. Dice: «el ti Jarrín panadero, el ti Julián labrador y Leandro el sombrerero. Mi padre fue panadero, mucho pan trabajaba, y siempre todo vendía porque de fama gozaba. Panadería La Chosca, todos así le decían porque en la Plaza Mayor un puesto de pan tenía». Después de la Guerra Civil es el propio Santiago el que abre la que creemos única panadería de Magaz de Cepeda. Oficio que heredaría su hijo Víctor, tío nuestro. En la amplia y deshabitada casa quedan el obrador, los hornos con solera refractaria, los útiles, los carros y hasta el polvo de la harina aún escondida en los recovecos de las paredes que tantas hornadas vieron salir en aquel lugar de La Cepeda. Hornos alimentados por la leña cuando a la electricidad aún le costaba mantener encendida una pobre bombilla. Y oficio de nuestro padre, emigrando a El Bierzo y abriendo un modesto obrador en la calle Sierra Pambley de Ponferrada, una ciudad ávida de pan y mano de obra. Asocio el pan al sueño, a las madrugadas en vela esperando a la fermentación; a observar cómo la trémula masa se transmuta en hogazas y en barras; a las manos llenas de heridas por efecto de las levaduras y el agua, la costra de masa sin conformar y los cortes de la corteza del pan, afilados como cuchillas. Sin olvidar el calor extremo en verano y a una reconfortante sensación en invierno, sentado en una jaula dada la vuelta. Es el oficio de panadero una profesión dura, poco valorada tal vez por su carácter íntimo, escondido. Cuando llega la mañana el pan está en los estantes como por arte de magia, mientras sus hacedores parecen huir, esconderse de la luz, buscando de nuevo la oscuridad en el sueño que a veces se resiste a venir. El ritmo circadiano le llaman, el que no entiende qué hace un hombre en la cama cuando el sol brilla en lo alto. Por el oficio pasaron Jesu, Ana Cristina y el que esto firma; siendo Miguel el que con más ahínco puede hablar de madrugadas interminables y el sonido hipnótico de la amasadora, abrazando la eterna mezcla de harina, agua y sal. Pan. El pan. Denostado, vilipendiado, bajado a los infiernos como si necesitara una segunda cocción. ¿Qué seríamos sin el pan?

Entradas destacadas
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
bottom of page